jueves, 9 de febrero de 2012

EL EMOTIVISMO MORAL DE HUME


Recordad que en los apuntes, no aparece la teoría moral de Hume o emotivismo moral, de ahí que os deje este estupendo regalito para que lo tengais en cuenta, sobretodo a la hora de hacer el comentario de kant, ya que va a ser el autor con el cual vais a compararlo. Recordar que esta documentación también os la podeis descargar desde la plataforma Helvia entrando en archivos/filosofía/etica_hume.docAdemás también podeis acceder a una visión actual de este emotivismo moral en el blog filosofia para cavernícolas 

EL EMOTIVISMO MORAL EN HUME

            El sentido práctico que Hume quiso dar a su pensamiento hizo que concibiera la teoría del conocimiento como "instrumento" adecuado para el planteamiento de su teoría moral.

            ¿Qué es lo que permite que a una acción particular pueda aplicársele el calificativo de buena o mala? Unos creen que lo bueno y lo malo están en los juicios de la razón, otros que en las acciones. Luego, se trataría de una relación de ideas o una cuestión de hecho, según la teoría del conocimiento de nuestro autor ya vista. Hume, por el contrario, cree que no son ni una ni otra cosa.

            En general, podemos decir que un código moral es un conjunto de juicios a través de los cuales se expresa la aprobación o reprobación de ciertas conductas y actitudes: así aprobamos la generosidad y benevolencia, reprobamos el crimen y la opresión. La mayoría de los filósofos se han preguntado en qué se fundamenta nuestra aprobación de la benevolencia, por ejemplo, y nuestra reprobación o rechazo del crimen y la opresión.

            Una respuesta a esta cuestión, extendida desde los griegos, es que la distinción entre lo bueno y lo malo moralmente, entre las conductas viciosas y virtuosas, se basa en la razón: ésta puede conocer lo que se adapta óptimamente a la naturaleza humana y a partir de este conocimiento, determinar qué conductas y actitudes son acordes con ella; el conocimiento de la concordancia o discordancia de la conducta humana con el orden natural es, pues, el fundamento del que emanan nuestros juicios  morales.

             Por el contrario, el emotivismo moral que defiende Hume es una teoría ética según la cual el fundamento de la experiencia moral no lo encontramos en la razón sino en el sentimiento que las acciones y cualidades de las personas despiertan en nosotros. Aunque este título no se encuentra en las investigaciones éticas de Hume, podemos utilizarlo para caracterizar su punto de vista en relación con el fundamento de la moral.

      Por tanto, el emotivismo moral se opone al intelectualismo moral. Esta última teoría moral afirma que la condición necesaria y suficiente para la conducta moral es el conocimiento; por ejemplo, que para ser buenos es necesario y suficiente el conocimiento de la bondad. Esta teoría parece contraria a las ideas corrientes pues para la mayoría de las personas se puede ser malo sabiendo sin embargo qué es lo que se ha de hacer, cuál es nuestro deber. El emotivismo moral se acerca mucho más a la concepción corriente o de sentido común al desatacar la importancia de la esfera de los sentimientos y las emociones en la vida moral. Hume es su más importante defensor en la filosofía moderna.

      En el Apéndice I de su obra “Investigación sobre los principios de la moral”, Hume presenta con claridad las tesis básicas del emotivismo moral y de su crítica al racionalismo moral: comienza planteando el problema: ¿cuáles son los principios generales de la moral?, ¿en qué medida la razón o el sentimiento entran en todas las decisiones de alabanza o censura?, e inmediatamente señala que la razón tiene una aportación notable en la alabanza moral: las cualidades o las acciones que alabamos son aquellas que guardan relación con la utilidad, con las consecuencias beneficiosas que traen consigo para la sociedad y para su poseedor. Señala también que, excepto casos sencillos y claros, es muy difícil dar con las leyes más justas, leyes que respeten los intereses contrapuestos de las personas y las peculiares circunstancias de cada acción. La razón puede ayudarnos a decidir cuáles son las consecuencias útiles o perniciosas de las cualidades y las acciones, y por lo tanto debe tener cierto papel en la experiencia moral. Sin embargo, Hume intentará mostrar que la razón es insuficiente. Los argumentos más importantes que presenta en dicho Apéndice y que parecen avalar al emotivismo moral antes que al racionalismo moral, son:


1) Si la razón fuese el fundamento de la moral, entonces lo moral tendría que ser un hecho o algún tipo de relaciones, dado que la razón solo puede juzgar sobre cuestiones de hecho o relaciones de ideas;  pero Hume intenta mostrar que no es un hecho: el carácter de mala o buena de una acción o cualidad no es algo que se incluya como un elemento o propiedad real del objeto o cosa que valoramos. Al no ser una cuestión de hecho, dicho carácter no aparece en la descripción de las propiedades reales de los objetos que podemos percibir (colores, formas, tamaños, movimientos, ...); vemos por la televisión un reportaje en el que aparece la siguiente escena: unos individuos armados sacan a otro de un coche, le empujan y éste protesta, hasta que, asustado, se calla; los sujetos armados le obligan a tumbarse en el suelo; el individuo, nervioso, vuelve de vez en cuando la cabeza hacia los soldados mientras éstos, indiferentes, charlan. De repente, uno de ellos se le aproxima, le apunta con su fusil y le dispara en la cabeza, y vemos como su cuerpo se agita, le brota sangre y muere. Si “anatomizamos” esta escena, si describimos minuciosamente todos los hechos que en ella se dan ¿encontraremos el carácter de malo o bueno de la acción? Encontramos movimientos de los cuerpos, los colores de las ropas y de la sangre, los sonidos producidos por las protestas de la víctima y las imprecaciones de los soldados. La ciencia objetiva nos podría describir todos los procesos reales que se dan en la situación, la física podría explicar los comportamientos de la trayectoria de la bala, la biología y la medicina los procesos físicos que intervienen en la acción de los soldados y en la muerte de la víctima, ... pero no encontraríamos por ninguna parte el carácter de malo o bueno de la acción. Esto quiere decir dos cosas: que la bondad o maldad de algo no es un hecho, y que no vemos o percibimos dicha maldad o bondad como percibimos el carácter de rojo de la sangre, o la intensidad de las voces, o el nerviosismo de la víctima, ...


2) Se podría alegar que el carácter criminal de la acción anterior no consiste en un hecho individual, sino que es preciso relacionarlos con otras situaciones: aunque el ejemplo anterior se refiere a un hecho real que ocurrió en un país de Centroamérica, la muerte de un periodista americano a manos de un soldado, podría ocurrir que la víctima fuese un terrorista que acababa de ser detenido tras asesinar a otros soldados, compañeros de los que posteriormente le matan, o que en realidad toda la situación no fuese otra cosa que la ejecución de una sentencia judicial en un país que castiga de ese modo a quien comete asesinatos. Pero el carácter de mala o buena de  una acción o cualidad tampoco es una propiedad de relación, pues cuando conocemos todos los vínculos entre los sujetos que intervienen en una acción –un asesinato, por ejemplo–, en la descripción de dichos vínculos tampoco aparece la maldad o bondad de la acción o cualidad; es cierto que a partir de estos nuevos conocimientos algunos podrían modificar de un modo más benevolente y  otros de un modo mas severo su juicio moral, pero no propiamente porque se perciban nuevos hechos, pues la ampliación de nuestro conocimiento al aclarar nuevas relaciones nos ofrece solo hechos, no valores. El propio Hume señala que en las deliberaciones morales es preciso tener un conocimiento de todos los objetos y de sus relaciones, de todas la circunstancias del caso, antes de que sea correcto dar una sentencia de censura o de aprobación. Si alguna de las circunstancias nos son todavía desconocidas debemos suspender nuestro juicio moral y utilizar nuestras facultades intelectuales para ponerla en claro. Pero conocidas todas las circunstancias no es la razón la que juzga sino el corazón, el sentimiento.


3) La esfera moral tiene una clara analogía con la esfera del gusto o experiencia estética: tampoco la belleza es una propiedad que se incluya en los objetos mismos; es cierto que en la belleza son importantes las relaciones, por ejemplo  la belleza clásica parece que depende de la proporción, relación y posición de las partes; pero no por ello la percepción de la belleza consiste en la percepción de dichas relaciones. La belleza no es una cualidad de las cosas sino el efecto que ellas producen sobre la mente, susceptible de recibir tales sentimientos. Ni los sentidos ni el razonamiento es capaz de captar el carácter estético de las cosas. Y lo mismo ocurre, dice Hume en la esfera moral: “el crimen o la inmoralidad no es un hecho particular o una relación que puede ser objeto del entendimiento, sino que surge por entero del sentimiento de desaprobación, que, debido a la estructura de la naturaleza humana, sentimos inevitablemente al aprehender la barbarie o la traición”.


4) Existen relaciones similares a las que despiertan en nosotros valoraciones morales que sin embargo no tienen influjo en la moralidad: aunque entre los objetos inanimados o entre los animales encontramos relaciones similares a las que se producen entre las personas, las primeras no despiertan en nosotros valoraciones morales pero las segundas sí: “un árbol joven que sobrepasa y destruye a su padre guarda en todo las mismas relaciones que Nerón cuando asesinó a Agripina; y si la moralidad consistiera meramente en relaciones, sin duda alguna sería igualmente criminal”.


5) Los fines últimos de las acciones humanas no dependen de la razón sino del sentimiento. Muchas cosas son deseadas porque sirven para conseguir otras, pero tienen que existir algunas que sean deseables por sí mismas (no todo lo que se quiere se quiere por otra cosa). La razón es incapaz de dar fines finales: nos muestra los medios que podemos utilizar para alcanzar nuestros fines, pero no establece que algo sea fin final. Algo se convierte en fin final cuando despierta en nosotros un sentimiento de agrado. Lo que se desea por sí no lo dicta la razón sino el sentimiento y el afecto humano, el placer y el dolor. Dado que la virtud se quiere por sí misma tiene que ocurrir que se quiera porque despierta en nosotros un sentimiento. Y es precisamente ese sentimiento, y no la razón, el que provoca que la queramos por sí misma.

En definitiva, Hume considera que el conocimiento intelectual no es ni puede ser el fundamento de nuestros juicios morales. Su principal argumento es el siguiente: la razón no puede impedir ni impulsar nuestro comportamiento (según la teoría del conocimiento de Hume el conocimiento puede ser de relaciones entre ideas -matemáticas y lógica, en sí mismas inútiles para la vida si no se aplican, es decir, no nos impulsan por sí solas a la acción- o de hechos, limitándose este último a mostrarnos hechos y no a enjuiciarlos moralmente), ahora bien, los juicios morales impulsan e impiden nuestro comportamiento, luego, los juicios morales no provienen de la razón.

            La moralidad, por otra parte, no es una cuestión de hecho, una simple enumeración de fenómenos. Las acciones en sí mismas no son ni buenas ni malas. Para comprender mejor esta conclusión a la que llega Hume, puede ponerse como ejemplo algo que seguramente nadie dejará  de rechazar: el asesinato intencionado. "Examinalo desde todos los puntos de vista y mira si puedes encontrar un hecho, una existencia real que corresponda a lo que llamas vicio. En cualquier modo que lo tomes sólo encontrarás ciertas pasiones, motivos, voliciones y pensamientos. No hay ningún hecho más en este caso. Mientras dirijas tu atención al objeto, el vicio no aparecerá  por ninguna parte. No lo encontrarás nunca hasta que dirijas tu reflexión hasta tu propio corazón y encuentres un sentimiento de reprobación, que brota en ti mismo, respecto de tal acción. He aquí un hecho, pero un hecho que es objeto del sentimiento, no de la razón. Está  en ti mismo, no en el objeto". Los juicios morales, por tanto, tienen su origen en los sentimientos que nos provocan determinadas acciones. El hecho físico de matar es o puede ser el mismo en el caso de un asesinato, de un homicidio en defensa propia o de una ejecución que cumpla una sentencia judicial, sin embargo, ¿por qué a veces lo valoramos de modo diferente?

            La moralidad está en el sentimiento. Así pues, la moralidad no está  en los hechos ni en la razón. La razón nos permite discernir la verdad de la falsedad, pero no es por si misma motivo para que nuestra voluntad actúe. Nuestras acciones se producen debido a pasiones que sentimos y que nos impulsan a hacerlas. Y están orientadas a la consecución de fines no propuestos por la razón, sino por el sentimiento. La bondad o maldad de tales acciones depende del sentimiento de agrado o desagrado que provoca en nosotros, y el papel que la razón desempeña en ellas no pasa de ser el de proporcionarnos conocimiento de la situación y sobre la adecuación o no de los medios para conseguir los fines propuestos por el deseo. Por eso afirma Hume: “la razón es y sólo debe ser la esclava de las pasiones, y no puede aspirar a ninguna otra función que la de servir y obedecerlas”.

            Al afirmar la subordinación de la razón a los sentimientos, Hume adopta una posición antirracionalista. La razón juega un papel importante en la vida activa del hombre, pero como instrumento de los sentimientos indicándonos qué debemos hacer para lograr un determinado fin y en ningún caso como causa suficiente y única de la acción. La moral se siente más que se juzga. Son los sentimientos, por tanto, los que nos guían en moral.

            Los sentimientos de aprobación y desaprobación inscritos en la naturaleza humana son el origen de las virtudes y  los vicios, pues nos indican qué clase de cualidades suscitan, por encima de cualesquiera otras, la estima propia y la de los demás. También nos indican qué clase de defectos son rechazables. Dichos sentimientos son la medida de lo que es agradable y útil, para nosotros mismos como para los demás:


1. Son agradables para uno mismo: alegría, grandeza de alma, dignidad de                                 carácter, valor, sosiego, bondad,...

2. Agradables para los demás: modestia, buena conducta, cortesía, ingenio,...

3. Son útiles para uno mismo: fuerza de voluntad, diligencia, frugalidad, vigor                  corporal, inteligencia,...


 4. Son útiles para los demás: justicia, benevolencia,...

Ética utilitarista. En el agrado y la utilidad coinciden todas las acciones que originan los sentimientos de aceptación, y los de repulsa en lo contrario, por lo que es legítimo concluir que ellos son el fundamento último de la moralidad y que, por tanto, la ética de Hume es utilitarista. Lo cual no significa una vuelta al utilitarismo egoísta que Hobbes veía como única ética posible, porque, según él creía, el hombre es asocial. Hume piensa, por el contrario, que la utilidad ha de referirse a los demás en no menor medida que a sí mismo. Tomemos como ejemplo el sentimiento de la justicia. Este nace en unas condiciones particulares de la existencia humana. Si como sucede con el aire del que cada persona puede disponer según sus necesidades, sucediera con todos los demás bienes, de manera que nadie careciera de nada ni tuviera que preocuparse por el futuro, entonces no podría siquiera brotar en el corazón de los hombres ese sentido de distribución y uso equitativo de los bienes que solemos llamar justicia. En consecuencia, la justicia existe con vistas a algo útil, que es mantener la sociedad de los seres humanos en unas circunstancias que sean aceptables para todos, aunque no sea siempre fácil.

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