En este fragmento, cercano al desenlace final, veremos lo
que se oculta detrás del ocultamiento de un libro escrito por el Filósofo. ¿Qué
motivos mueven tantos asesinatos? ¿Qué se oculta detrás de la imagen profética
del bibliotecario ciego? ¿Por qué es tan importante mantener en las sombras
ciertas verdades? ¿Cómo hubiera sido nuestro mundo de haber conocido la segunda
parte de la Poética de Aristóteles?
Pero ahora dime -estaba diciendo Guillermo-, ¿por qué? ¿Por
qué quisiste proteger este libro más que tantos otros?¿Por qué, si ocultabas
tratados de nigromancia, páginas en las que se insultaba, quizá, el nombre de
Dios, sólo por las páginas de este libro llegaste al crimen, condenando a tus
hermanos y condenándote a ti mismo? Hay muchos otros libros que hablan de la
comedia, y también muchos otros que contienen el elogio de la risa. ¿Por qué
éste te infundía tanto miedo?
-Porque era del Filósofo. Cada libro escrito por ese hombre
ha destruido una parte del saber que la cristiandad había acumulado a lo largo
de los siglos. Los padres habían dicho lo que había que saber sobre el poder
del Verbo y bastó con que Boecio comentase al Filósofo para que el misterio
divino del Verbo se transformara en la parodia humana de las categorías y del
silogismo. El libro del Génesis dice lo que hay que saber sobre la composición
del cosmos, y bastó con que se redescubriesen los libros físicos del Filósofo
para que el universo se reinterpretara en término de materia sorda y viscosa, y
para que el árabe Averroes estuviese a punto de convencer a todos de la
eternidad del mundo. Sabíamos todo sobre los nombres divinos, y el dominico
enterrado por Abbone, seducido por el Filósofo, los ha vuelto a enunciar
siguiendo las orgullosas vías de la razón natural. De este modo, el cosmos, que
para el Estagirita se manifestaba al que sabía elevar la mirada hacia la
luminosa cascada de la causa primera ejemplar, se ha convertido en una reserva
de indicios terrestres de los que se parte para elevarse hasta una causa
eficiente abstracta. Antes mirábamos el cielo, otorgando sólo una mirada de
disgusto al barro de la materia; ahora miramos la tierra, y sólo creemos en el
cielo por el testimonio de la tierra. Cada palabra del Filósofo, por la que ya
juran hasta los santos y los pontífices, ha trastocado la imagen del mundo.
Pero aún no había llegado a trastocar la imagen de Dios. Si este libro llegara…
si hubiese llegado a ser objeto de pública interpretación, habríamos dado ese
último paso.
Eco, Umberto.
El nombre de la rosa. RBA.
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